sábado, 10 de abril de 2010

FERNANDO el gran amigo de siempre - Semblanza


No sabíamos que el Señor nos iba a hacer coincidir en nuestra labor sacerdotal. Él en Madrid, yo de Barcelona y qué curioso, finalmente en Chiclayo, Perú. Uno nunca sabe lo que depara el destino más aún todavía cuando se trata de la voluntad del Señor, ciertamente tan impredecible.

Puedo decir que Fernando ha sido y es un buen amigo, además de un buen compañero, y es quien desde su manera concreta de ser, hacía la vida agradable a cualquier persona.

Era una persona en la que se podría tener confianza, y no por lo del sacerdote, sino porque era su irradiación natural. Con espontaneidad te dejaba hacer las cosas, sin celos, ni envidias de lo que uno pudiera hacer.

Siempre había algo que superaba mi admiración hacia su persona: una preocupación muy grande de asumir lo más costoso, lo más difícil , siempre con esa ilusión de afrontar directamente los imponderables que se pudieran presentar en la administración de la Casa de Retiros Santa María, o las dificultades en el avance de los grupos cristianos que él dirigía.

Tenía una fidelidad a su vocación por Jesucristo realmente extraordinaria. Y por lo mismo tenía una personalidad definida sobre esos valores, que le otorgaba la madurez suficiente.

A nivel espiritual, no aprendí a hacer de las oraciones un rito o cumplimiento estricto de lo que te impone la condición de sacerdote, sino aprendí de él que la oración es vida y es esa agua que necesitamos los seres humanos para poder vivir. Tenía un convencimiento y seguridad impresionantes de que el contacto con Jesucristo a través de la oración, era la ayuda fundamental para no apartarse de Dios.

Vivía esa paz y en esa confianza que sólo una fuerza sobrenatural te puede otorgar y que por cierto era bastante contagiosa. Por lo tanto, no se alteraba por los obstáculos que se pudieran presentar, más aún si estos eran pequeños.

Los que no lo conocían, murmuraban y decían: ese padre es muy serio y adusto: Nada tan falso y tan inexacto, pues la alegría la llevaba en cada instante y nos jugábamos bromas que prefiero ahora no compartir, no porque sea egoísta sino porque estoy seguro, no le gustaría a Fernando, hacerlas extensivas.

Ciertamente no era sentimental o emocional, tal como se entiende en Latinoamérica ese concepto, pero si tenía una sensibilidad frente a los problemas y necesidades de los demás, que le ayudaban a robustecer su espíritu de generosidad, sino revisen la labor en la Casa de Retiros, ofreciendo asistencia médica a los más necesitados. No se preocupaba sino se ocupaba de los problemas, y ofrecía ayuda en la medida de lo posible.

Amante de la puntualidad, de la palabra concreta y de la respuesta precisa, Fernando fue un entrañable amigo que el Señor lo inspiro para formar el GUC. Y en este aspecto destaco su cualidad intelectiva que era maravillosa. Para poner un ejemplo: él posee el grado académico de doctor en sicología, y nunca le agrado que lo llamasen así.

Por otra parte, siempre se trazaba una proyección a lo que se realizaba. Generalmente, hacemos las cosas con una visión pequeña, sin ver lo que puede resaltar en el futuro. Esa intuición divina lo llevó a vislumbrar que la obra de los universitarios tendría un buen futuro. Visión tan amplia que ahora nos da la razón y nos anima a celebrar y recordarlo.

Fueron 20 años de amistad que difícilmente ahora se volverán a materializar, por las circunstancias en las que se encuentra en la ciudad de Lima. Sólo queda guardarla en un cofre dorado, muy especial, y decirle: Gracias Fernando por todo y descuida que el Señor te ensalzará en el cielo, por tu humildad mostrada en la tierra. Y siempre que todo sea para mayor gloria de Dios.

Padre Javier Purón S.J.

Revista ENCUENTRO - Abril 2003


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